Luis Videgaray no ha muerto. No para efectos de la sucesión presidencial. O como dice la canción el Secretario de Hacienda sólo andaba de paseo: lo que duró la precandidatura de Aurelio Nuño, su ahijado.
Me incluyo entre los muchos comentaristas que habíamos considerado sepultada cualquier posibilidad de que el poderoso ministro suceda en el trono al actual presidente. El escándalo de la casa adquirida en Malinalco por Videgaray al Grupo Higa, una de los constructoras más beneficiadas por el gobierno de Peña Nieto (tanto en la gubernatura del Edomex como desde Los Pinos), parecía habérselo llevado entre las patas. No sólo se trataba de una compra que generaba suspicacias por un posible conflicto de intereses, sino que venía a sumarse al recién destapado caso de “la casa blanca”, propiedad de la esposa del presidente.
Para nadie era un secreto que desde el inicio del sexenio había dos candidatos “naturales” para convertirse en delfín de Peña Nieto: Miguel Ángel Osorio Chong, en la Secretaría de Gobernación y Luis Videgaray, en la de Hacienda. Eran los dos brazos del Presidente, los capitanes a cargo de tareas y equipos.
La disputa entre estos dos se resolvería a partir de los méritos acumulados en dos distintas arenas: por un lado, ganándose el aprecio de Peña Nieto (quien sin duda tendrá la última palabra en la designación del candidato del PRI): algo que se mostraría con lealtad personal y eficacia en las tareas asignadas. Y por otro lado, en su capacidad para convertirse en un candidato potencialmente atractivo para la opinión pública y los grupos de interés que influyen en ella. Es decir, Peña Nieto no necesariamente escogerá al candidato que más le guste en lo personal, sino aquel que le ofrezca posibilidades reales de un triunfo en las urnas. En las elecciones del Estado de 2011 ya lo demostró decantándose por Eruviel Ávila, quien distaba de ser su preferido.
Justamente por esa razón Videgaray se cayó de la contienda. Los escándalos, su criticada Reforma Fiscal, los pobres resultados en materia económica, convirtieron al ministro en un personaje cuestionado por empresarios, prensa y opinión pública en general. Consciente de sus escasas posibilidades, Videgaray impulsó a Aurelio Nuño, uno de sus colaboradores. Si él no podía ser el elegido, al menos que lo fuera alguien de su grupo. Nuño fue designado Secretario de Educación con el propósito de convertirse en una figura nacional a lo largo de la segunda parte del sexenio. La Reforma Educativa estaba destinada a mostrar sus dotes de estadista y operador político.
El fracaso de Aurelio Nuño con la Reforma Educativa es conocida por todos. Peor aún, la crisis política en la que metió a la administración de Peña Nieto con la CNTE, es producto en buena medida de su inexperiencia, su soberbia y la falta de sensibilidad. Hoy las posibilidades de Nuño son aun menores que las de Videgaray para llegar a ser candidato del PRI.
Quizá eso es lo que ha revivido las esperanzas del Secretario de Hacienda. No está dispuesto a dejar el terreno a su eterno rival, Osorio Chong, pero se ha quedado sin cartas. José Antonio Meade, titular de la Sedesol, otro de los precandidatos, es un hombre cercano a Videgaray, pero no forma parte de sus cuadrillas, ni mucho menos.
Lo cierto es que en los últimos diez días advierto una sutil estrategia para reposicionar al ministro. Súbitamente los columnistas han comenzado a hablar de él como un probable contendiente después de haberlo desahuciado durante tantos meses (sí, eso es lo que estoy haciendo aquí, pero ellos lo hacen entre elogios a su persona); se han activado foros y tribunas para darle exposición; y, lo más importante, desde la Secretaría de Hacienda se intenta cortejar al empresario por todas las vías posibles.
Dentro de la estrategia por convertir a Videgaray en un candidato atractivo para la iniciativa privada y sectores influyentes, Hacienda ha planteado la posibilidad de aligerar aspectos de la normatividad fiscal cuestionados por la opinión pública. Eso, y la esperanza de que la economía cierre el sexenio con un mejor desempeño, son las apuestas del ministro más poderoso del gabinete para convertirse en el heredero de Peña Nieto.
Personalmente no creo que, incluso si logra esos dos objetivos, pueda transformarse en un candidato con posibilidades de ganar una elección. No sólo porque carece de carisma y sensibilidad política; también porque no tiene argumentos para presentarse en una campaña electoral que, todo indica, habrá de centrarse en el tema de la corrupción y su combate.
Lo que no cabe duda es que lo está intentando. Si usted observa con atención prensa y noticieros los próximos días podrá notar que hay un resucitado en la escena nacional.
@jorgezepedap